I Cor 9:16
MISTERIOS GLORIOSO
Escrito por Anabelle Retana
ROSARIUM VIRGINIS MARIAE S.S. Juan Pablo II
El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer milenio, apenas iniciado, una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar, más aún, «proclamar» a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización».1
El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, encierra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio.2 En él resuena la oración de María, su perenne Magníficat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor
Los Romanos Pontífices y el Rosario
A esta oración le han atribuido gran importancia muchos de mis predecesores. Un mérito particular a este respecto corresponde a León XIII que, el 1 de septiembre de 1883, promulgó la Encíclica Supremi apostolatus officio,3 importante declaración con la cual inauguró otras muchas intervenciones sobre esta oración, indicándola como instrumento espiritual eficaz ante los males de la sociedad. Entre los Papas más recientes que, en la época conciliar, se han distinguido por la promoción del Rosario, deseo recordar al beato Juan XXIII4 y, sobre todo, a Pablo VI, que en la Exhortación apostólica Marialis cultus, en consonancia con la inspiración del Concilio Vaticano II, subrayó el carácter evangélico del Rosario y su orientación cristológica.
Yo mismo, después, no he dejado pasar ocasión de exhortar a rezar con frecuencia el Rosario. Esta oración ha tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mis años jóvenes. Me lo ha recordado mucho mi reciente viaje a Polonia, especialmente la visita al santuario de Kalwaria. El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo. Hace veinticuatro años, el 29 de octubre de 1978, dos semanas después de la elección a la Sede de Pedro, como abriendo mi alma, me expresé así: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. […] Se puede decir que el Rosario es, en cierto modo, un comentario-oración sobre el último capítulo de la Constitución Lumen gentium del Vaticano II, capítulo que trata de la presencia admirable de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo.
El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través -podríamos decir- del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo, nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo, la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana».5
Con estas palabras, mis queridos hermanos y hermanas, introducía mi primer año de Pontificado en el ritmo cotidiano del Rosario. Hoy, al inicio del vigésimo quinto año de servicio como Sucesor de Pedro, quiero hacer lo mismo. ¡Cuántas gracias he recibido de la Santísima Virgen a través del Rosario en estos años: Magníficat anima mea Dominum! Deseo elevar mi agradecimiento al Señor con las palabras de su Madre Santísima, bajo cuya protección he puesto mi ministerio petrino: Totus tuus!
Octubre 2002 - Octubre 2003: Año del Rosario
Por eso, de acuerdo con las consideraciones hechas en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que, después de la experiencia jubilar, he invitado al Pueblo de Dios «a caminar desde Cristo»,6 he sentido la necesidad de desarrollar una reflexión sobre el Rosario, en cierto modo como coronación mariana de dicha Carta apostólica, para exhortar a la contemplación del rostro de Cristo en compañía y a ejemplo de su Santísima Madre. En efecto, rezar el Rosario es, en realidad, contemplar con María el rostro de Cristo. Para dar mayor realce a esta invitación, con ocasión del próximo 120º aniversario de la mencionada Encíclica de León XIII, deseo que a lo largo del año se proponga y valore de manera particular esta oración en las diversas comunidades cristianas. Por tanto, proclamo el año que va de este octubre a octubre de 2003 Año del Rosario.
Dejo esta indicación pastoral a la iniciativa de cada comunidad eclesial. Con ella no quiero obstaculizar, sino más bien integrar y consolidar, los planes pastorales de las Iglesias particulares. Confío en que sea acogida con prontitud y generosidad. El Rosario, comprendido en su pleno significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda, espiritual y pedagógica, para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva evangelización. Me es grato reiterarlo recordando con gozo también otro aniversario: el 40º aniversario del comienzo del Concilio Ecuménico Vaticano II (11 de octubre de 1962), el «gran don de gracia» dispensada por el espíritu de Dios a la Iglesia de nuestro tiempo.
Objeciones al Rosario
La oportunidad de esta iniciativa se basa en diversas consideraciones. La primera se refiere a la urgencia de afrontar una cierta crisis de esta oración que, en el actual contexto histórico y teológico, corre el riesgo de ser subestimada injustamente y, por tanto, poco propuesta a las nuevas generaciones. Hay quien piensa que la centralidad de la liturgia, acertadamente subrayada por el Concilio Ecuménico Vaticano II, tenga necesariamente como consecuencia una disminución de la importancia del Rosario. En realidad, como puntualizó Pablo VI, esta oración no sólo no se opone a la Liturgia, sino que le da soporte, ya que la introduce y la recuerda, ayudando a vivirla con plena participación interior, recogiendo así sus frutos en la vida cotidiana.
Quizás hay también quien teme que pueda resultar poco ecuménica por su carácter marcadamente mariano. En realidad, se sitúa en el más límpido horizonte del culto a la Madre de Dios, tal como el Concilio ha establecido: un culto orientado al centro cristológico de la fe cristiana, de modo que «mientras es honrada la Madre, el Hijo sea debidamente conocido, amado, glorificado».8 Comprendido adecuadamente, el Rosario es una ayuda, no un obstáculo para el ecumenismo.
Vía de contemplación
Pero el motivo más importante para volver a proponer con determinación la práctica del Rosario es por ser un medio sumamente válido para favorecer en los fieles la exigencia de contemplación del misterio cristiano, que he propuesto en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte como verdadera y propia «pedagogía de la santidad»: «Es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración».9 Mientras en la cultura contemporánea, incluso entre tantas contradicciones, aflora una nueva exigencia de espiritualidad, impulsada también por influjo de otras religiones, es más urgente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan en «auténticas escuelas de oración».10
El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la «oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano.
Oración por la paz y por la familia
Algunas circunstancias históricas ayudan a dar un nuevo impulso a la propagación del Rosario. Ante todo, la urgencia de implorar de Dios el don de la paz. El Rosario ha sido propuesto muchas veces por mis predecesores y por mí mismo como oración por la paz. Al inicio de un milenio que se ha abierto con las horrorosas escenas del atentado del 11 de septiembre de 2001 y que ve cada día en muchas partes del mundo nuevos episodios de sangre y violencia, promover el Rosario significa sumirse en la contemplación del misterio de Aquel que «es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2,14). No se puede, pues, recitar el Rosario sin sentirse implicados en un compromiso concreto de servir a la paz, con una particular atención a la tierra de Jesús, aún ahora tan atormentada y tan querida por el corazón cristiano.
Otro ámbito crucial de nuestro tiempo que requiere una urgente atención y oración es el de la familia, célula de la sociedad, amenazada cada vez más por fuerzas disgregadoras, tanto de índole ideológica como práctica, que hacen temer por el futuro de esta fundamental e irrenunciable institución y, con ella, por el destino de toda la sociedad. En el marco de una pastoral familiar más amplia, fomentar el Rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para contrarrestar los efectos desoladores de esta crisis actual.
¡Ahí tienes a tu madre! (Jn 19,27)
Numerosos signos muestran cómo la Santísima Virgen ejerce también hoy, precisamente a través de esta oración, aquella solicitud materna para con todos los hijos de la Iglesia que el Redentor, poco antes de morir, le confió en la persona del discípulo predilecto: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19,26). Son conocidas las distintas circunstancias en las que la Madre de Cristo, entre el siglo XIX y XX, hizo de algún modo notar su presencia y su voz para exhortar al Pueblo de Dios a recurrir a esta forma de oración contemplativa. Deseo en particular recordar, por la incisiva influencia que conservan en la vida de los cristianos y por el acreditado reconocimiento recibido de la Iglesia, las apariciones de Lourdes y de Fátima,11 cuyos Santuarios son meta de numerosos peregrinos, en busca de consuelo y de esperanza.
Tras las huellas de los testigos
Sería imposible citar la multitud innumerable de santos que han encontrado en el Rosario un auténtico camino de santificación. Bastará con recordar a san Luis María Grignion de Montfort, autor de una preciosa obra sobre el Rosario12 y, más cercano a nosotros, al padre Pío de Pietrelcina, que recientemente he tenido la alegría de canonizar. Un especial carisma como verdadero apóstol del Rosario tuvo también el beato Bartolomé Longo. Su camino de santidad se apoya sobre una inspiración sentida en lo más hondo de su corazón: «¡Quien propaga el Rosario se salva!».13 Basándose en ello, se sintió llamado a construir en Pompeya un templo dedicado a la Virgen del Santo Rosario colindante con los restos de la antigua ciudad, apenas influenciada por el anuncio cristiano antes de quedar cubierta por la erupción del Vesubio en el año 79 y rescatada de sus cenizas siglos después, como testimonio de las luces y las sombras de la civilización clásica.
Con toda su obra y, en particular, a través de los «Quince Sábados», Bartolomé Longo desarrolló el núcleo cristológico y contemplativo del Rosario, que contó con un particular aliento y apoyo en León XIII, el «Papa del Rosario».
¿CÓMO SE REZAN LOS MISTERIOS GLORIOSOS? (se reza miércoles, sábado y domingo)
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Dios mío, ven en mi auxilio.
Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Se enuncia en cada decena el “misterio”, por ejemplo, en el primer misterio: “La Encarnación del Hijo de Dios”.
Después de una breve pausa de reflexión, se rezan: un Padre nuestro, diez Avemarías y un Gloria.
A cada decena del “rosario” se puede añadir una invocación.
A la final del Rosario se recita la Letanía Lauretana, u otras oraciones marianas.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Dios te Salve, María, llena eres de gracia, el Señor está contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
PASO 1: REZA EL CREDO Y EL YO CONFIESO
PASO 2: LEE CADA TEXTO, 1 PADRE NUESTRO, 10 AVE MARIA Y EL GLORIA (Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.)
- La resurrección del Señor (Marcos 16,6-8)
Y entrando en el sepulcro vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron.
Pero él les dice: «No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo.»
Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo.
Meditación
¡Jesús ha resucitado! No está en el sepulcro. La Vida pudo más que la muerte. Se apareció a su Madre Santísima, se apareció a María de Magdala, y a Pedro y a los demás apóstoles. Y a ti y a mí, que somos también sus discípulos, hoy nos sale al encuentro. Porque él vive, ya no hay nada que temer. Ni el mundo, ni el demonio ni la carne son más fuertes que Cristo. Porque Jesús está vivo, tiene el poder de cambiar tu vida, y te llama a una relación personal con él. Adóralo: él te ama. Y antes de terminar la decena, has besado las llagas de sus pies.
- La Ascensión del Señor (Mateo 28,18-20; Hechos 1,9-11)
Jesús se acercó a ellos y les habló así:
«Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.» Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos. Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron:
«Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo.»
Meditación
Jesús se va con el Padre. Es justo que la Santa Humanidad de Cristo reciba el homenaje, la aclamación y adoración de todas las jerarquías de los ángeles. El Padre está complacido con la entrega del Hijo, ha aceptado su sacrificio, y ahora Jesús, el Mesías, ocupa, para siempre, su puesto de Señor sobre toda la creación. Mientras estemos en la Tierra, nosotros ya no lo vamos a ver. Nuestra primera reacción es sentirnos huérfanos. Lo extrañamos. Pero es una falsa impresión. En realidad, no se ha ido. Se queda con nosotros de otro modo. Él está más cerca de ti que tú mismo, decía San Agustín. Según lo prometió, su presencia y su poder nos acompañan mientras ponemos manos a la obra. La tarea es grande. Hasta que él vuelva debemos hacer discípulos suyos a todas las gentes. “¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?”
- La venida del Espíritu Santo (Hechos 2,1-4)
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.
De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban.
Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.
Meditación
Pedro, a quien rodeaban los otros once, levantó la voz y habló. Lo oímos gente de cien países. Cada uno lo escucha en su lengua. Tú y yo la nuestra. Nos habla de Cristo Jesús y del Espíritu Santo y del Padre. No lo apedrean, ni lo meten en la cárcel: se convierten y son bautizados tres mil de los que oyeron. Tú y yo, después de ayudar a los apóstoles en la administración de los bautizos, bendecimos a Dios Padre, por su Hijo Jesús, y nos sentimos también borrachos del Espíritu Santo. “El verdadero objetivo de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo”, decía San Serafín de Sarov. Nosotros, que ya lo recibimos, queremos seguir llenándoos de él. Te alabamos, Señor.
- La Asunción de Nuestra Señora (Cantar 2,3-6,10; Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab)
“Fui asunta al Cielo: también en cuerpo y alma, gracias a la misericordia del Padre, al amor del Hijo y al poder del Espíritu Santo y desde el Cielo, en mi cuerpo glorioso, junto a mi Hijo, intercedo ante Él, por las necesidades de los hijos”.
Meditación
Assumpta está Maria in coelum: gaudent angeli: María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos, ¡y los ángeles se alegran! Así canta la Iglesia. Y así, con ese clamor de regocijo, comenzamos la meditación de esta decena del Santo Rosario. Se ha dormido la Madre de Dios. Están alrededor de su lecho los apóstoles. Y al contemplar este misterio, nosotros nos ponemos a su lado también. Jesús quiere tener a su Madre, en cuerpo y alma, en la Gloria. Y la corte celestial despliega todo su aparato para agasajar a la Señora. Tú y yo tomamos la cola del espléndido manto azul de la Virgen, y así podemos contemplar aquella maravilla. La Trinidad Beatísima recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de Dios. Y es tanta la majestad de la Señora, que los ángeles se preguntan: “¿Quién es Esta?”
- La coronación de María Santísima (Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab)
Apareció una figura portentosa en el cielo. Y se abrió el Santuario de Dios en el cielo, y apareció el arca de su alianza en el Santuario, y se produjeron relámpagos y fragor y truenos y temblor de tierra y fuerte granizada.
Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.
Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas. Su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz.
La mujer dio a luz un hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono. Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada 1.260 días.
Oí entonces una fuerte voz que decía en el cielo: «Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios.
Meditación
Eres toda hermosa, y no hay en ti mancha. “Huerto cerrado eres, hermana mía, Esposa, huerto cerrado, fuente sellada. Veni: coronaberis. Ven: serás coronada” (Cantar, 4, 7, 12 y 8). Si tú y yo hubiéramos tenido poder, la hubiéramos hecho también Reina y Señora de todo lo creado. Una gran señal apareció en el cielo: una mujer con corona de doce estrellas sobre su cabeza; vestida de sol, la luna a sus pies. (Apocalipsis 12, 1). María Virgen sin mancha, reparó la caída de Eva, y ha pisado, con su planta inmaculada, la cabeza del dragón infernal. Hija de Dios, Madre de Dios, Esposa de Dios. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo la coronan como Emperatriz del Universo. Y le rinden honor los ángeles y los patriarcas, los profetas y los apóstoles, los mártires, los confesores y las vírgenes. Todos los santos y todos los pecadores. Tú y yo.
Padre nuestro: Oracion por el Santo Padre.
Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
¡Rezamos las Dios te salve María Santísima, Virgen purísima!
Dios te salve María Santísima, Hija de Dios Padre, Virgen purísima, en tus manos encomendamos nuestra fe para que la ilumines, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Dios te salve María Santísima, Madre de Dios Hijo, Virgen purísima, en tus manos encomendamos nuestra esperanza para que la alientes, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Dios te salve María Santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo, Virgen purísima, en tus manos encomendamos nuestra caridad para que la inflames, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Dios te salve María Santísima, Virgen purísima, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad, Virgen concebida sin la culpa del pecado original. Amén.
PASO 3: LEE LAS LETANIAS
Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios, Padre celestial,
ten piedad de nosotros.
Dios, Hijo, Redentor del mundo,
Dios, Espíritu Santo,
Santísima Trinidad, un solo Dios,
Santa María,
ruega por nosotros.
Santa Madre de Dios,
Santa Virgen de las Vírgenes,
Madre de Cristo,
Madre de la Iglesia,
Madre de la misericordia,
Madre de la divina gracia,
Madre de la esperanza,
Madre purísima,
Madre castísima,
Madre siempre virgen,
Madre inmaculada,
Madre amable,
Madre admirable,
Madre del buen consejo,
Madre del Creador,
Madre del Salvador,
Virgen prudentísima,
Virgen digna de veneración,
Virgen digna de alabanza,
Virgen poderosa,
Virgen clemente,
Virgen fiel,
Espejo de justicia,
Trono de la sabiduría,
Causa de nuestra alegría,
Vaso espiritual,
Vaso digno de honor,
Vaso de insigne devoción,
Rosa mística,
Torre de David,
Torre de marfil,
Casa de oro,
Arca de la Alianza,
Puerta del cielo,
Estrella de la mañana,
Salud de los enfermos,
Refugio de los pecadores,
Consuelo de los migrantes,
Consoladora de los afligidos,
Auxilio de los cristianos,
Reina de los Ángeles,
Reina de los Patriarcas,
Reina de los Profetas,
Reina de los Apóstoles,
Reina de los Mártires,
Reina de los Confesores,
Reina de las Vírgenes,
Reina de todos los Santos,
Reina concebida sin pecado original,
Reina asunta a los Cielos,
Reina del Santísimo Rosario,
Reina de la familia,
Reina de la paz.
PASO 4: REZA LAS ORACIONES FINALES
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
ten misericordia de nosotros.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN.
Te rogamos nos concedas,
Señor Dios nuestro,
gozar de continua salud de alma y cuerpo,
y por la gloriosa intercesión
de la bienaventurada siempre Virgen María,
vernos libres de las tristezas de la vida presente
y disfrutar de las alegrías eternas.
Por Cristo nuestro Señor.
Amén.